CENTRO DE DIAGNÓSTICO Y TRATAMIENTO

CENTRO DE DIAGNÓSTICO Y TRATAMIENTO

lunes, 26 de mayo de 2014

Zonas Erógenas

El principal enemigo para una sexualidad adulta y racional
es la ignorancia, que trae una serie de problemas y
frustraciones, tanto para el individúo como para la pareja:
impide como personas, dificulta las relaciones, en
especial en el matrimonio; crea complejos personales; trae
embarazos no deseados; viene acompañada de problemas,
como la impotencia o desviaciones sexuales. Para que una
sexualidad. sea "plena" y madura es necesaria una adecuada
información y un nivel de madurez personal importante.
Las zonas erógenas son las diversas partes del cuerpo
humano capacitadas:especialmente para recibír o, transmitir
estímulos sexuales. Se emplean aqui todos los sentidos,
pero sobre todo el del tacto, Una descripción de las zonas
erógenas del hombre debería, incluir las la zona genital, los
labios y la lengua, las orejas, el cuello, las tetillas, la
cintura, los muslos, las manos, el codo. En la mujer, el
placer es mayor si las caricias se concentran en
determinadas zonas, la boca, los labios, los senos; las orejas,
el cuello, los hombros, el monte de Venus.
Para mí. el contacto del cuerpo es más importante
que los orgasmos. Un buen beso, una sonrisa, tocarse en
medio de la noche, oír el latido del corazón y la respira-
ción. los ojos (¡los ojos!) y las palabras que se dicen des-
pués de hacer el amor, hacen del sexo algo muy especial.
Un abrazo intenso y un ‘te quiero’ y ‘ te querré’ y ‘lo eres
todo para mi’ y ‘aquí está mi corazón y mi alma’. valen
más que todo el oro del mundo. Un abrazo apasionado y
de corazón puede ser superior a un orgasmo». Estas pa‘-
labras, entresacadas del Informe Hite, expresan la im-
portancia que pueden tener la  conversación y las
caricias para muchas mujeres e incluso para muchos
hombres.
En la caricia intervienen varios elementos. En primer
lugar. la finalidad de la caricia es la expresión de un
afecto y la consecución ¿del deleite sexual. Cuando acari-
ciamos. manifestamos a la otra persona amor y cariño o
aceptación. En la relación de la pareja la caricia tiene,
ademá, un componente sexual importante, tanto de ex-
citación en vistas a la culminación del placer sexual,
como de finalidad en sí misma, o sea, la caricia por la
caricia. porque es agradable y placentera.
Según lo dicho anteriormente. existiría la caricia afec-
tiva. la caricia sexual y la afectivo-sexual. La caricia
afectiva se da cuando nos relacionamos con los família-
res, los niños, los animales, etc. Con ella se comunica
cariño, amor, se da seguridad, se consuela; La caricia
sexual mira más directamente a la estimulación y la exci-
tación sexuales y puede realizarse, como hemos indicado
antes, sin vistas al orgasmo o como una preparación para
el coito. Este tipo de caricias en estado puro es menos
frecuente y suele darse más la afectivo-sexual. ya que en
toda relación de pareja suele haber un componente afec-
tivo. que es extraordinario cuando existe un amor pro-
fundo.
La sociedad pone innumerables impedimentos al con-
tacto fisico y a la caricia. La gente incluso está en guar- .
dia para eliminar cualquier elemento erótico en la caricia
afectiva. Los contactos muy tiernos e íntimos entre pa-
dres e hijos cuando éstos son pequeños. llegan a espa-
ciarse y a desaparecer cuando se convierten en adoles-
centes. Se rechaza todo atisbo erótico en este sentido y
cuesta reconocerlo. Aunque en el ser humano haya un
componente sexual implícito en las relaciones con los
familiares. culturalmente lo negamos. Cuando una madre
contempla el cuerpo bien formado de su hijo joven, o
un hermano y una hermana se pellizcan en ciertas
zonas, hay un elemento erótico más o menos ligero, que
hay que reconocer y que en modo alguno indica per-
versidad.
La caricia-sexual o erótica se distingue por las siguien-
tes características: la finalídad de la caricia, que es la ex-
citación y el placer; la zona acariciada, que puede ser la
cara o las manos en la afectiva, mientras que la erótica se
desborda y llena todo el cuerpo como un torbellino, fi-
jándose en especial en las zonas erógenas y se dirige,
según progresa la caricia, a los órganos sexuales. La ca-
ricia erótica suele ser rítmica y repetitiva: se estimula
una y otra vez la zona elegida, hasta que se comprende
que tocar esa zona ya no es efectivo, pasando a otra
nueva, para volver luego a la anterior, o bien se persiste
en una determinada, si se trata de conseguir el clímax, en
cuyo caso será generalmente en el clítoris o en el pene.
La intensidad dela caricia sexual es variable: al principio
es suave y luego se va incrementando su fuerza, puede
volverse nuevamente a la suavidad o continuar en inten-
sidad creciente. Cuando se llega a cotas elevadas de
excitación sexual, la estimulación puede hacerse do-
lorosa.
¿Cuáles son los órganos que se pueden acariciar? La
respuesta es: todo el cuerpo. Conviene emplear es-
pecialmente las manos y brazos, la nuca y los dien-
tes, la lengua y los labios, los senos de la mujer y
las tetillas del hombre, el pene, piernas y pies, el ab-
domen. Las zonas erógenas darán un placer más in-
tenso.
Hay un problema que preocupa a algunas mujeres:
cuando comienzan a acariciarse con su pareja, parece
que el hombre quiere llegar siempre en seguida al coito,
mientras que ellas estarían muy a gusto prodigándose ca-
ricias de todo tipo, que las hacen sentirse muy felices.
Por otra parte, si es la mujer quien las comienza, el varón
interpreta que ella quiere, el coito, cuando no siempre es
así. Realmente, la causa de estos malentendidos es la
mala información o formación sexual y la mala comuni-
cación entre los amantes. El hombre debe conocer a su
pareja y darse cuenta cuando ésta desea unos momentos
de solaz y ternura y cuándo quiere ser excitada hasta el
orgasmo. Es una cuestión de delicadeza y de atención
por parte del hombre, que debe tratar de conjugar sus
deseos con los de su compañera, obteniendo así un bene-
ficio mutuo. Hay tiempo para el coito, tiempo para la
caricia y tiempo para la caricia larga que precede al
coito. Todo debe caber en la vida de relación sin que un
elemento anule a los demás, pues en ese caso sobreven-
drán en seguida el aburrimiento o la frustración, echando
por tierra toda armonía o interés.

La segunda edad


La juventud no es una etapa de la vida, es un es-
tado mental. No es enteramente cuestión de mejillas
maduras, labios rojos y rodillas flexibles, es temple de
la voluntad, cualidad de la imaginación, vigor en las
emociones.
Nadie envejece tan sólo por vivir un número de años.
La gente envejece sólo cuando abandona sus ideales. Tú
eres tan joven como tu fe, tan viejo como tus dudas. Tan
joven como tu confianza en ti mismo, tan viejo como tus
temores. Tan joven como tu esperanza y tan viejo como
tu desesperación. En el interior de cada corazón hay una
cámara de registro, y mientras ésta reciba mensajes de
belleza, esperanza, alegría y coraje... eres joven.
Cuando los alambres han caido y tu corazón está cu-
bíerto con las nieves del pesimismo y el hielo del escepti-
cismo, entonces y sólo entonces... eres viejo.
R. Kipling
Pasada la curva de los treinta —decia Ortega y Gas-
set—— el hombre ve su horizonte vital de otra manera. No
lo ve caótico y tumultuoso como lo viera a los 20 años.
Tampoco lo ve en descenso, como seguramente lo verá
más tarde. Si no fuera exagerado, podríamos hablar de
plenitud.
¿Qué significa edad madura? Todos los autores están
de acuerdo, al referirse a la edad madura, en que es el
período de la vida que abarca desde los 35-40 años hasta
los 60 aproximadamente, y el grupo de científicos socia-
les que integran el Consejo de Investigación de Ciencias
Sociales de EE.UU. sostiene que la madurez abarca des-
de los 40 hasta los 60 años.
Sin embargo, la edad es un concepto muy relativo.
Para una joven de 19 años, un joven de 24 es viejo, para
una mujer de 45 años, un hombre de 40 es joven. Para
una sociedad que valora la sabiduría que da la vejez, una
persona de 40 años es aún inmadura, mientras que para
una que valora la juventud, una persona de 40 años ya es
vieja.
En lo que concierne al sexo, la madurez se verifica
algunas veces antes en la mujer que en el hombre, mien-
tras que la juventud de ella es, con frecuencia, más valo-
rada que la de él. Pero, según las estadísticas, los hom-
bres mueren antes. Es verdad que los hombres maduran
primero, mientras que las mujeres duran más, en térmi-
nos de años y de vigor sexual. Sin embargo, la mujer
madura en nuestra sociedad está relegada y desvalori-
zada, mientras que la segunda edad del varón tiene una
serie de atractivos que no se le conceden a la mujer ma-
dura.
La madurez tanto del hombre como de la mujer es más que
nada una actitud ante la vida. Nadie puede evitar enveje-
cer, pero lo importante es saber cómo vivir una cons-
tante juventud y esto se puede lograr adoptando diferen-
tes actitudes ante la vida. Para una persona de 60 la de 40
es joven, pero no podemos considerar vieja a una per-
sona de 60 si tiene salud y alegría de vivir.
Hay mucho tiempo para envejecer, por ello la edad
madura puede eventualmente abarcar hasta un cuarto de
siglo. Muchas lenguas incluso, utilizan palabras bien dis-
tintas para la madurez y para la vejez. Debemos deste-
rrar definitivamente el tópico de que la madurez es el
principio de la vejez. Además de otros atractivos que
tiene esta época de la vida en la madurez la vida se vive
en toda su plenitud tanto fisica como psíquica y sexualmente.
Es una época en la que se repasan actos y valores, se adop-
tan nuevos roles, es el momento de reconocer que la vida
tiene sus limitaciones y que el tiempo es valioso, y, por
tanto, hay que aprovecharlo al máximo.
En estos años la vitalidad es la misma, entonces, ¿por
qué existen temores al llegar a los cuarenta años? El pro-
blema reside únicamente en la equivocada psicosis del fin
y que viven el hombre y la mujer: a los 40 años no tiene
por qué pasar nada especial. La mujer vive (o puede ví-
vir) una etapa enriquecida de su vida y el hombre lo
mismo. Sexualmente la pareja está más compenetrada, es
la etapa de la reafirmación de la sexualidad madura y de
la plenitud sexual y esta madurez tiene un paso inequí-
voco de ternura, que también es sensualidad. En las rela-
ciones de pareja hay dos notas muy significativas: la
comprensión y la tolerancia.
Estudio antropológico o histórico
Diversas sociedades tienen definiciones diferentes para
la madurez; todo depende de los papeles que hay que
desempeñar.
Los hombres generalmente no tienen problemas al res-
pecto pues en casi todas las "culturas y sociedades se va-
lora enormemente su madurez, ya que es un símbolo de
sabiduría, experiencia, poder económico y politico, etc.,
lo que viene apoyado por el hecho de que puede procrear
hasta el final de sus días. Sólo en las sociedades en las
que se valora la fuerza física, el hombre maduro queda
relegado.
Sin embargo, los roles sociales de las mujeres maduras
en distintas culturas y períodos históricos contrastan de
forma radical con la visión limitada que existe de las mu-
jeres maduras en nuestra sociedad.
En la cultura «pop» occidental, la imagen ideal del
atractivo sexual femenino es el de la chica joven, del-
gada, alta y bella. Se le da tanto valor a estas cualidades
que se considera «natural» que un hombre se sienta
atraído físicamente hacia la mujer que posea estas cuali-
dades. Pero esto no ocurre en todas las sociedades. Para
los tradicionales de Nigeria, por ejemplo, las niñas
debían ser aisladas del grupo durante la pubertad, antes
de poder anunciar públicamente que estaban listas para
el casamiento. Durante este período de aislamiento, las
jóvenes no podían trabajar y estaban sobrealimentadas;
se las engordaba para su presentación. Cuanto más gor-
das se ponían tanto más apetecibles eran a los ojos de su
posible pareja. Los indios Papagos, del sudoeste de los
E.E.U.U., tienen tendencia a preferir a las mujeres gor-
das, mientras los Apaches las prefieren delgadas. Esto en
cuanto a apariencia física.
Respecto a la cuestión de la edad y el sexo, también
podemos decir que la idea de que la mujer mayor no es
deseable es un tópico de nuestra sociedad únicamente,
ya que existen otras culturas que nos indican que no hay
nada «natural» en el hecho de que se prefiera la mujer
joven a la mujer mayor. Es decir, las ideas sobre el atrac-
tivo sexual pueden invertirse en lo que concierne a la
edad. Entre los Lovedus tradicionales, un pueblo Bantú
del sur de África, los casamientos se realizan entre per-
sonas de edades similares. Tal como sucede general-
mente en todas las sociedades, estos casamientos se lle-
van a cabo no sólo para establecer relaciones entre un
conjunto de familias sino también a los efectos de la pro-
creación. Los Lovedus aceptaban el hecho de que las
aventuras sexuales y las compatibilidades podían bus-
carse fuera del matrimonio; por ello eran las personas
casadas, y no las solteras, las que podían tener amantes.
Significativamente, era la mujer mayor la que tenía, con
frecuencia, relaciones con jóvenes casados.

La exitación sexual y los deseos eróticos


Lo erótico y la seducción, el amor, son elementos
claves que colocan el sexo humano muy por encima de]
animal. Son algo típicamente humano. Las mujeres que
pintaba Rubens, eran gruesas y exuberantes,
hoy el hombre las prefiere más delgadas. El
deseo erótico es variable según las épocas y las culturas.
En algunos pueblos de Africa el pecho no tiene valor eró-
tico y se presenta descubierto. En Occidente es un ele-
mento erótico primordial. Los pies pequeños eran un fac-
tor importante en la antigua China; hoy día no tienen
relevancia más que en el conjunto de la figura fe-
menina.
En nuestra cultura se han erotizado las formas re-
dondeadas, los labios rojos y otros aspectos. El ero-
tismo está muy ligado a lo social, y en particular a
los medios de comunicación que presentan los sex-
symbols.
Deseos eróticos del hombre
Los deseos eróticos también cambian con la edad: al
hombre maduro le suele gustar la «hembra» más «lle-
nita», con pechos abundantes, lo que no sucede con el
joven que no gusta de tanta redondez en las formas. Si
un individuo lleva un tiempo separado de la sociedad y
vuelve luego a ella, todo en la mujer le parecerá de un
gran erotismo, lo que no ocurre con el que está rodeado
todo el día de mujeres. Con lo dicho; queremos mostrar
que el deseo erótico es muy personal y presenta grandes
variaciones de ‘un individuo a otro. No obstante, hay en-
cantos en la mujer que suelen erotizar al hombre de ma-
nera especial.
La figura de la mujer puede despertar un gran deseo
erótico cuando es proporcionada, esbelta y con formas
femeninas bien marcadas. Por formas femeninas enten-
demos fundamentalmente los pechos, las caderas, los mus-
los y las piernas. Como hemos indicado, hoy tiene mayor
atracción sexual una mujer que no sea obesa, sino lige-
ramente delgada.
Los pechos deben ser de tamaño mediano o algo volu-
minosos, turgentes y de forma cónica. Los pechos muy
pequeños o demasiado voluminosos y caídos apenas des-
piertan el deseo erótico masculino. La erótica de los se-
nos se ha manejado mucho. La sociedad, por una parte,
ha puesto sus normas de lo que se podía ver, prohibiendo
que se mostrasen en público en determinadas ocasiones
(recordemos la censura en el cine: «ni tetas ni culos»), y
permitiéndolo en otras (revistas, varíetés). Actualmente
en España ha aumentado la permisividad en estos aspec-
tos, pero sigue habiendo problemas en cuanto a mostrar
los pechos en las playas o en las carteleras. A su vez, la
sociedad erotiza el pecho femenino y lo carga de conte-
nido sexual en el cine, las revistas y los anuncios. La
mujer ha comprendido perfectamente el valor de sus se-
nos y los emplea, al igual que el resto de su físico, para la
seducción y la atracción. Al contemplar los senos bien
formados de una mujer, el varón despierta su imagina-
ción y desea tocarlos, acariciarlos y besarlos.
El rostro terso y hermoso atrae grandemente al hom-
bre. La mayoría prefiere que tenga labios carnosos y en-
rojecidos (o que se los pinte así), ojos grandes y brillan-
tes (algunos los prefieren claros y otros oscuros). La be-
lleza facial femenina ha sido desde siempre un elemento
erótico básico, pero la presentación y adorno de la cara
ha variado enormemente. Así es conocido que si bien en
nuestra época el rostro moreno añade atracción en tiem-
pos pasados era la palidez y la blancura de la cara lo que
realmente atraía.
El cabello atrae cuando es largo, sedoso y, en muchos
casos, rubio; debe ir suelto y caer sobre los hombros y la
espalda. Recordemos la imagen de la mujer que lleva el
cabello recogido y cuando comienza la relación con su
pareja lo suelta para aparecer más hermosa y excitante.
El tocar estos cabellos aumenta el deseo erótico mascu-
lino.
Las piernas presentan un gran atractivo: deberán estar
proporcionadas, ser más bien fuertes e ir desnudas o se-
midesnudas. Su parte más erógena son los muslos.
La pelvis puede producir excitación sexual, ya sea por
sus curvas y abultamientos o porque la imaginación del
hombre localiza inmediatamente allí los órganos sexua-
les; el hombre tiene fantasías de acariciar esa zona, de
rozarla y de unirse con ella.
Las nalgas son una zona que excita en gran medida los
deseos eróticos del varón que las contempla, ya sea des-
nudas. vestidas o semi-vestidas.
El vello del pubis. además del cabello, resulta excitante
en la mujer. Muchos hombres prefieren que la mujer se
depile las axilas, las piernas y el rostro, pero no el pubis,
porque la contemplación del vello pubiano es erotizante.
La mujer con pelo abundante en otras zonas del cuerpo
parece poco femenina y no atrae.
Estas partes femeninas son las que generalmente des-
piertan más el deseo erótico del varón. Otros aspectos de
la mujer son el maquillaje y los perfumes. De todos mo-
dos, hay una gran variedad y diversidad de gustos en lo
que se refiere a la atracción del hombre hacia la mujer.
Esta es perfectamente consciente de ese atractivo de su
cuerpo y cuando éste no es conforme a sus deseos, con
frecuencia acude a intervenciones quirúrgicas o a otros
tratamientos para corregirlos.
Fantasías eróticas
La mente humana tiene una gran capacidad de excita-
ción sexual y, en ausencia de imágenes directas o sensa-
ciones, puede erotizar todo el ser del individuo: numero-
sos recuerdos e imágenes de situaciones pasadas pueden
excitar, así como el pensar en contactos sexuales imagi-
narios: también son excitantes las partes del cuerpo de
otra persona que la imaginación va recorriendo; gestos
que en algún momento nos impresionaron sexualmente.
A un movimiento...

Gracias a la capacidad humana de revi-
vir el pasado o de imaginar el futuro se provoca la exci-
tación. El caso extremo es la persona que sólo vive de
sus recuerdos eróticos y es incapaz de situarse en la rea-
lidad cotidiana y lanzarse a la conquista de nuevas expe-
riencias. Esta persona puede llegar a ser un perturbado y
a sufrir desviaciones sexuales como el fetichismo o el mi-
ronismo.
Las fantasías eróticas son empleadas incluso durante el
coito y a veces son el desencadenante directo de la exci-
tación y hasta de la erección del pene. Estas imágenes
pueden incluir la realización del coito con otra pareja dis-
tinta de la que se tiene. Hay individuos que sin esta
ayuda no conseguirían la erección. Esto plantea dos
cuestiones: o bien el compañero no atrae en absoluto o
faltan las caricias y el juego erótico; en cualquier caso se
debe plantear el problema y buscar una solución. Si esta
situación no se da en forma permanente, podría hablarse
simplemente de una de las variantes y diversidades de la
relación. En estas fantasías a veces se desea lo que se
tiene, pero sobre todo lo que no se tiene. En el hombre
quizá haya más vida sexual en sus deseos que en sus
actos, y es en la comprensión de estos deseos donde se
halla el profundo conocimiento del alma del sexo.

La inapetencia sexual


El problema de la ínapetencia sexual no ha sido
estudiado hasta el momento actual de una manera ais-
lada, sino vinculado a otros trastornos sexuales. Sólo en
el terreno sociológico se han realizado investigaciones en
las que se ha visto la relación de la apetencia sexual en
función de las diversas culturas.
También se han hecho estudios comparativos del ins-
tinto sexual entre las distintas especies animales, tanto
en cuanto al origen biológico como a sus formas de mani-
festación (maneras de atracción macho-hembra, cortejeo
y relación sexual plena), y su comparación con la especie
humana.
Para aclarar conceptos, es necesario definir lo que se
entiende por inapetencia sexual, que equivale a decir que
es una inhibición total o parcial del deseo sexual: total
cuando abarca toda la vida hasta un momento dado de un
individuo, y parcial si se da solamente en algunos mo-
mentos de la curva vital.
Esta inhibición del deseo sexual puede abarcar otros
patrones diferenciales además de la totalidad o parciali-
dad. Dependiendo de las relaciones interpersonales, se
habla de ínapetencia a todas las personas o ínapetencia a
determinados grupos de individuos que pueden llegar a
ser uno solo. La inhibición del apetito sexual también
puede ser reactiva a determinadas circunstancias ambien-
tales, por ejemplo, la inexistencia de intimidad.
Desde el punto de vista médico, esta inapetencia no se
consideraría siempre patológica, sino en función de cada
sujeto dentro de su entorno cultural. Así, una persona de
edad media que carezca de estímulos sexuales por tener
un stress constante (por ejemplo, un período de oposi-
ciones) durante una época de su curva vital, seria normal
que no tuviera apetencias sexuales. En cambio puede
considerarse patológico el caso de un individuo que, go-
zando de un ambiente favorecedor del despertar de su
deseo, es decir, rodeado de bienestar y relajo, no mani-
festara conductas que tendieran a satisfacer sus apeten-
cias sexuales.
Además, en este problema es necesario tener en
cuenta otros factores importantes como la edad, la ocu-
pación, las valoraciones de cada uno sobre la intensidad
de sus deseos sexuales y la frecuencia de éstos, el cono-
cimiento delas normas de su conducta, el contexto am-
biental de la vida de la persona y de la diferenciación
sexual, etc.
Tal como veremos en otro apartado, el apetito sexual
tiene distintas características, tanto de cantidad como de
calidad a lo largo de la vida: un joven puede despertar
sus apetitos sexuales al visualizar una escena que no ero-
tizaría a una persona de cuarenta años. Una persona plu-
riempleada no puede tener un deseo sexual excesivo.
También hay que pensar que cada uno se percibe a sí
mismo de distinta manera y entiende de forma diferente
cuál debe ser la intensidad y la frecuencia de las relacio-
nes sexuales. Hay que tener en cuenta también la impor-
tancia de la formación en material sexual que ha recibido
la persona, porque esto configura las normas que el su-
jeto adquiere. Asimismo el ambiente influye sobremanera
en las perspectivas sexuales de un sujeto.
La frecuencia estadística con que aparece la inapeten-
cia sexual no se conoce, pero se sabe que la prevalencia
es más alta en la mujer que en el hombre. En éste, el
deseo puede verse influenciado por factores sociales ta-
les como la inmigración o el trabajo; la mujer está más
influenciada por su percepción acerca de la dominación,
de quién toma las decisiones, de los afectos y de las cos-
tumbres hogareñas.
Generalmente, una alteración en el apetito sexual se
asocia con otras disfunciones sexuales; en sus causas po-
cas veces se suelen hacer manifiestas, pero siempre es
preciso investigar, alguna anomalía orgánica que cree el
trastorno. Más tarde veremos que la mayoría de las ve-
ces esta inhibición está relacionada con problemas psico-
lógicos y socio-culturales.
Evolución histórica
En la antigüedad se insistía en un aspecto fundamental:
la valoración práctica del amor con una gran libertad y
naturalidad en lo que se refiere a las relaciones sexuales.
En este despertar de la humanidad, prácticamente no
existía 1a inapetencia sexual, porque no se planteaban el
problema. En la cultura griega se desarrolló una práctica
y una filosofía del placer (lo que ahora llamamos heno-
dismo) que se centraba en una gran apreciación del pro-
pio cuerpo que favorecía el deseo sexual, pero que no
siempre podía conducir a satisfacerlo de la manera más
consecuente. No se puede pensar que todos los griegos
lograran satisfacer todas sus tendencias, dado el perfec-
cionismo de sus cánones de belleza, plasmados modéli-
camente en el cuerpo joven y desnudo. Hemos de resal-
tar el gran valor que tenía entonces la mujer junto con los
efebos (hombre joven y guapo), en cuanto a sus dimen-
siones eróticas.
En la misma Grecia se establecerán, muchos años más
tarde, unas órdenes patriarcales y unas normas y, tabúes
sobre las relaciones sexuales que empezarán a poner so-
bre el tapete la cuestión de la apetencia sexual. La mujer
no sólo se valorará como sujeto del Eros, sino que ya
será diferente de la mujer-madre protectora de sus hijos y
fiel al marido. Esta diferenciación plantearía la reestruc-
turación de la apetencia sexual. «El caos tendría que al-
ternar con el orden».
En las culturas mediterráneas encontramos que la mu-
jer se ofrece a los extranjeros como intercambio sagrado.
El cristianismo, el islamismo o el judaísmo entierran más
tarde esta vieja hospitalidad, trayendo el velo, la margi-
nación y la reclusión fisica para la mujer. Como vemos,
en estas religiones la hembra debe ser preservada de la
mayoría de los habitantes que son sospechosos de aten-
tar contra la propiedad personal. Las relaciones sexuales
pasan de ser algo natural a ser algo pecaminoso que se ha
de ocultar. Aquí aparecen los orígenes de la inapetencia
sexual.
En el Occidente medieval ya se instauran las deriva-
ciones con que se entrará en la Edad Moderna y se va a
producir una fijación institucional de carácter dominan-
temente patriarcalista; vemos cómo las herencias de los
bienes se establecen por las legitimidades según el sexo
(varones como cabeza de familia en detrimento de las
mujeres, a las que se restringe su capacidad de heredar),
y según la edad (mayoría de edad, que se relaciona fre-
cuentemente con la madurez). Otra de las estructuras bá-
sicas de la posición privada que aparece en este tiempo
—la casa—; se observa que organiza la vida del linaje al
que pertenece, y no sólo la vida social sino también la
vida sexual de sus habitantes.
La monarquía, en su conformación a lo largo de la
Edad Media y Moderna, daría una síntesis de esta estruc-
turación delos sexos, edades y territorios y de sus corre-
laciones (al respecto no tenemos más que recordar los
textos de la historia de España, en los que los reyes des-
cansaban en su producción de hijos para la reproducción
de sus sistemas de gobierno), preferente y a veces exclu-
sivamente varones.

Descripción y causas del conflicto

El arte de los problemas de la pareja tradicional
se basan en una incompatibilidad sexual, pero ha de te-
nerse en cuenta que éste es sólo uno de los factores que
estudiaremos.
El conflicto sexual nace esencialmente del reconoci-
miento de la sexualidad femenina. La revolución de la
mujer ha consistido en una aceptación de sus exigencias
sociales, culturales, familiares, políticas y también sexua-
les. La mujer conquista el orgasmo o, mejor dicho, el
derecho al orgasmo. Y esto que parece tan elemental ha
exigido el esfuerzo de varias generaciones.
Carmen Sarmiento, en su libro La Mujer: Una Revolu-
ción en Marcha (Editorial Sedmay, Madrid, 1976) ha re-
sumido y citado los pasos últimos a favor de la emancipa-
ción de la mujer en‘ todos los sentidos, sin olvidar el as-
pecto sexual. La conquistadel orgasmo ha superado la
pérdida del sentido exclusivista del varón. La mujer toda-
vía sigue siendo un objeto para muchos hombres, pero
también es cierto que hay muchos hombres que son sólo
objetos. Lo que cuenta es que la mujer sólo era eso,
mientras que el hombre podía ser otra cosa. Analicemos
algunos de los puntos de la «cosificación femenina» en lo
que concierne a la dimensión sexual. Vamos a considerar
esencialmente las raíces de los conflictos sexuales que se
puedan dar en un matrimonio a consecuencia de su con-
cepción tradicional.
a) Se considera a la mujer como una niña, como a
una criatura angelical que dista mucho de ese concepto
de «perverso polimorfo>> con que Freud definía al niño.
Es decir, la concepción de la mujer como menor de edad
ni siquiera se adecua a la realidad psicológica y psicoso-
cial de la infancia; es una pura idea, mitad arquefípica y
mitad machista.
La mujer-niña debe llegar ignorante al matrimonio en
cuestión de temas sexuales, y así ha llegado hasta épocas
recientes y en algunos casos sigue llegando. Al varón le
interesa no sólo una virginidad anatómica si no mental.
Naturalmente, el varón sólo informará a su mujer de lo
que a él le interesa y cuando lo considere oportuno.
Hoy las cosas están cambiando, pero aún son muchos los
hombres que suponen que «el varón debe saber más».
En el terreno práctico se piensa que la fémina es vaso
ni mancillado ni ancillable. Consecuencia: el varón no
abusa de las capacidades eróticas de su mujer.
Y ésta a su vez espera que el marido la respete, con lo
que se cierra un círculo vicioso.
b) La doble moral: Lo que en lenguaje castizo se lla-
ma «ley del embudo». El varón encierra a su esposa en
una hornacina con siete llaves, y lo hace para salir en
busca de otras mujeres que distan mucho de ese arqueti-
po de inocencia.
Un ejemplo conocido por todos: la experiencia prema-
trimonial del hombre es considerada como algo positivo
y un alto porcentaje de mujeres así lo admiten. Pero aún
en la actualidad el hecho de que la mujer haya tenido
relaciones sexuales previas al matrimonio puede ser tan
grave que hay maridos que lo han tolerado aparentemen-
te, pero que no lo han perdonado. He aquí dos casos.
Caso clínico n. 3. El ha sido un «voyeur» empeder-
nido y lo sigue siendo. Aprovechando sus habilidades
manuales, practicaba orificios en las paredes para con-
templar a las vecinas en el acto de desvestirse; o de hacer
el amor. Se casa con una chica que había tenido relacio-
nes carnales con un novio anterior. Durante el, noviazgo
parece aceptarlo, pero no así a partir de la luna de miel:
se lo echa en cara continuamente a la esposa. Terminan
separándose.
Caso clínico n. 4. Un matrimonio llega a la consulta
presentando el problema de un hijo suyo que, a todas
luces,muestra una conducta psicopática. A los cinco mi-
nutos el marido comienza a exponer el «deshonor» de su
esposa, que había tenido relaciones sexuales con un pri-
mo suyo poco antes de la boda. La esposa le contó el
«desliz» a su marido y él lo perdonó aparentemente. Pero
a partir de la bendicíón del sacerdote, la vida conyugal
ha estado presidida por la ruin venganza de él, que se
deleitará en encarnecer a su esposa y en victimizar al hijo
que, según él, es fruto de las relaciones de ella con su
primo.
c) Se piensa que el protagonismo sexual lo debe ejer-
cer el varón. La mujer es la «muñeca de goma hinchable»
que se puede tomar y dejar. La mujer es un «tiesto-
mingitorio» para depositar semillas y evacuar necesida-
des.
El acto sexual se inicia cuando el varón quiere y no
cuando ella lo desea. El elige la postura y las caricias son
para su placer. Este protagonismo es terriblemente egoís-
ta. Se evidencia tanto en un comportamiento sexual vic-
toriano como en una sexualidad libertina. Así lo muestra
el siguiente caso:
Caso clínico n. 5. Este matrimonio practica lo que
los norteamericanos llaman el mateswapping (cambio de
parejas). Al principio a la pareja le interesaba mucho esta ex-
periencia, pero se ha dado cuenta de que el marido se
inclina más hacia el «cambio» que hacia su propia espo-
sa. Nosotros creemos que ella tiene razón. En efecto,
siempre que se presenta una oportunidad, él «arrastra» a
su mujer sin importarle si a ella le satisface no esa
experiencia. Por consiguiente, ella no se considera feliz
en su matrimonio.
El protagonismo maculino obliga a la esposa a que
acepte la sexualidad de su marido tal como es. Por ejem-
plo, muchos maridos son muy malos amantes, pero la es-
posa debe aceptar esa calderilla erótica sin rechistar y
por supuesto sin buscar una alternativa. Por eso sólo en
casos muy extremos (y es curioso que por razones egoís-
tas, casi siempre) el que padece de eyaculación precoz
acude al médico. En cambio,es habitual que el impoten-
te se angustie, ya que esto lo coloca en un bajísimo ran-
go en la escala del machismo. Pero subrayamos, lo que le
importa es la autoimagen y no la decepción de la mujer.
He aquí un ejemplo:
Caso clínico n. 6. Marido impotente desde siempre.
Esposa sensual que se consuela con otros hombres. El no
se preocupa por su problema. Afirma que «él es como a
él le da la gana ser». No han valido los consejos ni las
súplicas para que se ponga en las manos de un médico.
Ha superado, simplemente, su sentimiento de inferiori-
dad desplegando una agresividad que parece compensar a
ojos de los ignorantes su ineptitud viril en el lecho.
Naturalmente, sólo hay conflicto cuando una fuerza se
enfrenta con otra (Kurt Lewin). Por eso, a pesar de estos
tres malentendidos. los matrimonios de antaño «se soste-
nían» sobre la cuerda floja de la resignación de ella. A
esas mujeres se les pagaba su renuncia con un nimbo de
dignidad, de decencia y de venerabilidad.
Pero la revolución sexual ha supuesto un cambio en las
costumbres e ideas de muchas mujeres. Ahora no acep-
tan su papel de niñas sempiternas, la doble moral y el
protagonismo viril. El sexo, decididamente, se está vol-
viendo incómodo para esos varones que contaban con la
pasividad de la fémina. Algunos de ellos, incluso, se pa-
san con armas y bagajes a la homosexualidad.

domingo, 25 de mayo de 2014

Swinger

4 por ciento de los hombres y el 4 por ciento de las mujeres
habían practicado el intercambio de parejas, pero todas
las mujeres y la mayoría de los hombres sólo una vez.
Los solteros de más edad suelen tener estas relaciones de
modo más continuado y regular. Respecto a la gente ca-
sada, el autor ha entrevistado a casi 700 hombres
casados y a 740 mujeres, con los siguientes resultados:
sólo el 2 por ciento de los hombres y menos del 2 por
ciento de las mujeres han tenido relaciones con inter-
cambio de pareja. Los casados jóvenes tienen porcenta-
jes algo más altos: el 5 por ciento de hombres y el 2 por
ciento de mujeres, casados y con menos de 25 años ha-
bían participado en experiencias de swínging. Entre los
comprendidos entre las edades de 25-34 años, las han te-
nido el 5 por ciento de los hombres y algo más del 1 por
ciento de las mujeres. No obstante, menos del 1 por
ciento de éstos las tienen de modo frecuente y regular.
Vemos, pues, que es más frecuente entre los solteros
que entre los casados y más. entre los hombres que entre
las mujeres. Estas cifras se refieren a Estados Unidos en
el año 1972. En España es muy probable que los porcen-
tajes sean inferiores. De hecho, es conocido que la ma-
yor parte de los anuncios de swingers que aparecen en
visitas de sexo son falsos y, una vez enviada la carta,
no se vuelve a saber más de los que invitan. En España
está umentando este tipo de invitaciones en revistas,
pero vemos que esto se correlaciona poco con las experiencias.
¿Por qué se busca
la experiencia del swinging?
En estas experiencias, casi todas las parejas tienen
motivos semejantes. Algunos de estos motivos han sido
manifestados al hablar de las orgias, pero los vamos a incluir
aquí también. Albert Ellis, en Censurado (Editorial Gri-
jalbo) también hace una exposición de estas razones que
llevan al swinging, dividiéndolas en "normales" y "neu-
róticas", que también incluiremos aquí.
Reactivar la vida sexual. Con el tiempo, la vida se-
xual de una pareja pierde gran parte del interés y se con-
vierte en una rutina más de la vida; siempre se hace con
la misma persona, la potencia sexual es cada vez menor
y la atracción física hacia el compañero va decreciendo.
Por todo esto la sexualidad de la pareja pierde intensi-
dad. Sin embargo, cuando cambian de area nace un
nuevo estímulo, hay novedad, y esto despierta e
deseo sexual cuando vuelven a su casas, se habran
dado cuenta que lo que pueden hacer trae emoción.
Si las relaciones sexuales se dan siempre
con la misma persona, se llega a la monotonía, por lo que
cambiar de pareja sexual es muy placentero. Ambos
pueden salir mejor de estos intercambios.
Se va a buscar el placer sexual por si mismo. Esto
ya es un logro. En esta sociedad que nos atenaza, el he-
cho de tener unos momentos dedicados sin ningun problema
es algo muy positivo que ayuda al equilibrio
del individuo. Estamos acostumbrados a actuar
siempre con alguna modalidad distinta a el
acto en sí; por ejemplo, no trabajamos por trabajar sino
para ganar dinero, no viajamos por el gusto de viajar sino
para vestar tal día en tal lugar. Los juegos que teníamos de
pequeños y que significaban el juego por sí mismo, van
desapareciendo.
Pues bien, en el interés por el placer;
Significa dejar la rutina.
Se busca la afirmación personal y sexual. Esta fina-
lidad es frecuente en aquellas parejas que se encuentran
en un declive real o subjetivo de la sexualidad, y se rea-
firman al darse cuenta de que pueden ser buenos aman-
tes. También se da el caso de "traumas en estas reunio-
nes: si alguno no puede desempeñarse bien repetidas ve-
ces, es posible que se preocupe y se inquiete, sobre todo
si los demás seburlan de este hecho. No obstante, dadas
las circunstancias con gente conocida; tranquilidad, pareja
nueva es más frecuente que la relación sea agradable y
satisfactorio.
Enriquecimiento del amor. Esto se da no sólo res-
pecto a la pareja habitual sino también al resto de los
participantes. La idea de que eL amor sólo es posible con
una persona es erróneo ya que la mayoría de los indivi-
duosrse ama a los familiares, a los amigos y puede haber
amor erótico con varias personas. En estas sesiones se
establecen nuevos lazos.
Hay personas que también pueden salir perjudicadas del swínging,
al igual que de las orgias, pero hablaremos más adelante del
problema que constituye la posibilidad real de la destruc-
ción de la pareja. Las parejas se ven unidas por el
amor, pero aquellas que se ven separadas es hora de que profundícen
en la searación.
Se adquiere mayor experiencia sexual. Todas las
parejas tienen unos hábitos sexuales y sus experiencías
se limitan siempre. Si se accede a otros encuentros
hay un aprendimiento mutuo, se conocerá genten nueva.
Ambos puede volverse más expertos y fomentar por lo tanto una
mayor variedad en el contacto sexual habitual.
Aventura Y emoción. Suelen ser modos de vivir más las personas
tenemos una doble tentación: por un lado buscamos la sensura
y por el otro la aventura.
Esto sucede más en unas personas que en otras, especialmente
cuando se es joven, un intercambio de parejas es siem-
pre una aventura y una novedad por lo que este aspecto de la
aventura es un placer cuon swinging y se hace habí-
tual pero casi nunca llega a suceder tal cosa, ya que las
reuniones suelen ser poco frecuentes.
Hay otras motivaciones que son indispensables para
el individuo y para la pareja. Albert Ellis nos indica algunas:
— En vez de tener el deseo normal, pueden tener una
necesidad anormal de variedad sexual. Se trataría de
aquellas personas que se han mentalizadó respecto a que
han de tener tales experiencias sexuales y sufren si no las
consiguen. Son los «sedientos» del sexo, obsesionados,
que en realidad no disfrutan de él con la tranquilidad ne-
cesaria.
— Algunos quieren tener más conquistas y satisfacer
su «ego» o su orgullo. No van al swínging para filtrear
sino para contemplarse luego como conquistadores. Con
frecuencia se trata de individuos con una personalidad
pobre o que son narcisistas o se sienten inseguros y
están vacíos de una vida profunda.
— A veces se trata de homosexuales que consiguen
mayor satisfacción viendo la relación de otros individuos
del mismo sexo. Si se trata de hombres, no querrán el
intercambio para tener contacto con mujeres sino para
contemplar las ‘relaciones de los hombres. Lo mismo
puede suceder a las mujeres.
— Puede suceder que los que practican el intercambio
de esposas intentan evïtar las relaciones profundas y
prefieren porlo tanto numerosos contactos sexuales.
Una de las normas del swingíng es la ausencia del com-
promiso emocional, y por ello ciertas personas pueden,
encontrarse a gusto. Naturalmente, también se practica
entre personas que tienen este contacto emotivo y amis-
tad. 
Los maridos y mujeres que mantienen relaciones
muy pobres pero que carecen de la valentía para sepa-
rarse y buscar un compañero más adecuado; recurren a
veces al intercambio para conservar estas ínfimas rela-
ciones. Este tipo de parejas pueden quedar definitivamente
rotas por las relaciones ya que no van a buscar el
sexo si no una relación emocional.

Miedos y Ansiedades

En parte estos sentimientos y emo-
ciones son causados por la presencia de lo desconocido;
el otro, máxime si es del sexo «opuesto», siempre es algo
nuevo y no sabemos qué ocurrirá entre la otra persona y
nosotros. Pero también se funda en:
— El temor individual, base de todos los temores co-
lectivos.
— El temor común de todos.
— El temor de las instituciones sociales.
Veamos. Al permitir el sexo «libre» se considera que
ese individuo es capaz de actuar y decidir por sí mismo,
que es persona, que va a tener una relación personal con
otro individuo y que ésta no irá en contra de nadie ni
destruirá nada; por el contrario, se va a enriquecer y esto
es bueno para todos. Pero nuestra sociedad no cree en
nada de esto y demuestra día a día todo lo contrario.
Indivídualmente. sabemos y sentimos que el sexo es
algo profundo, que brota de lo más hondo de nuestro ser,
que puede escapar a nuestro dominio, nos puede hacer
«perder la cabeza» e incluso que actuemos contra las
convenciones sociales. En realidad, es el temor a nues-
tras posibilidades, a nuestra libertad.
Los prejuicios contra el sexo ‘son una faceta más de la
represión y del temor a la libertad del individuo. ¿Quié-
nes reprimirán con más fuerza las manifestaciones sexua-
les? Quienes repriman con más fuerza la libertad del
hombre. En las épocas en que resplandecía la libertad
humana, han florecido las artes, la cultura en general y se
han permitido socialmente numerosas manifestaciones
sexuales. Recordemos, por ejemplo, la Grecia clásica,
con su ciencia, su filosofía, su arte, sus desnudos; su pe-
derastía, sus homosexuales; se permitía la expansión
humana en todo sentido, sin miedo a la libertad.
Audacia en el sexo
Por todo lo dicho anteriormente, para liberarse de todo
cuanto hemos dicho y ser capaz de vivir el sexo plena-
mente, hace falta ser audaz y tener imaginación. Para
ello necesitaremos:
— Deshacemos de nuestros prejuicios. Pero éstos se
encuentran muy arraigados en nuestro interior, por lo
que es necesaria una doble labor: por una parte cambiar
nuestra mentalidad, lo que se puede hacer mediante la
reflexión, lecturas y conversaciones sobre estos temas;
por otro lado, actuando. Si practicamos el sexo audaz
nos daremos cuenta de que las ideas que teníamos eran
ínfundadas, de que los peligros que creíamos que nos
amenazaban en realidad no existen y que todo es más
natural y normal de lo que pensábamos. Quien pretenda
cambiar sus ideas y prejuicios sexuales exclusivamente
con su mente, difícilmente lo conseguirá, puesto que es-
tán muy profundamente arraigados.
—— Confiar en nosotros mismos, en nuestras posibili-
dades a desarrollar, en nuestra bondad y capacidad para
dirigir nuestras vidas sin que nadie tenga que estar detrás
con un látigo. De esta manera desaparecería el temor a
nuestra libertad y a la libertad del compañero. Para ad-
quirir esta confianza es necesaria la seguridad en uno
mismo, esa seguridad ontológica de la que hablaba Ro-
nald Laing en El yo dividido. La persona segura confía en
sí misma y puede salir al encuentro de los demás para
establecer relaciones de todo tipo, incluidas las sexuales,
sin que esto le destruya.
— Prescindir de la sociedad, ya que hoy se muestra
en general contraria a casi todas las libertades sexuales.
— Audacia. Con esto nos referimos al valor, a la osa-
día, al atrevimiento. No podremos superar los prejuicios
sin este valor. Todo lo que signifique romper con los
moldes establecidos, con «lo de siempre», requiere per-
sonas atrevidas y activas. En el tema que nos ocupa esto
es fundamental si queremos tener contactos sexuales dis-
tintos de los «normales» o frecuentes, ya que la relación
es cosa de dos personas y quizás una de ellas necesite
un pequeño «empujoncito» para decidirse a vivir el sexo
audaz.
— Experimentar. Es importante informarse por medio
de  lecturas y conversaciones, pero lo fundamental es la
experimentación. Probar una técnica y otra, distintas
maneras de la relación. Después de haber experimentado
multitud de ellas, veremos cuál nos gusta más a nosotros
y a nuestra pareja. Todas las personas, según sus carac-
terísticas —modo de ser, sensibilidad de sus zonas eró-
genas, hábitos anteriores——- tienen más satisfacción con
unas técnicas que con otras. Alguien puede tener una
gran sensibilidad en sus manos, otra persona es muy sen-
sible en sus labios, una mujer puede necesitar una mí-
nima estimulación váginal para excitarse, aquel hombre
es más brusco, este es delicado. Se debe descubrir qué le
gusta más a nuestra pareja y a nosotros mismos, para lo
que se requiere la experimentación; cuanto más se
pruebe, mejor. La actitud de rechazar una determinad
técnica sin haberla experimentado antes es cortar una
posibilidad sin razones suficientes; una vez que la haya-
mos experimentado, podremos decir sí realmente nos
gusta o no y, en el último caso desecharla.
-- Practicar. Una determinada manera de relación se-
xual puede no gustarnos o gustarmos poco las primeras
veces, pero a través de su práctica nos puede resultar
más placentera de lo que suponíamos. En general, todos
los modos de relación sexual necesitan un período de
 aprendizaje y práctica. Incluso el coito vaginal es reali-
Zado con más satisfacción para ambos después de
algún tiempo de relaciones, por ejemplo un año.
La ventaja de la práctica es que al ser más expertos
atenderemos mas al placer y a la satisfacción
que se obtiene de cada postura y sabremos proporcionár-
selo mejor al compañero. Por ejemplo, si es la primera
vez que una pareja hace la felación, ninguno de los dos
sabe qué va a satisfacer más al hombre: si le gustará la
presión suave o el frote vigoroso, si el contacto con los
dientes en un determinado momento le gustará o no;
cuando se hace el cunnilingus por primera vez, es posible
que el hombre no sepa encontrar el clítoris o no sepa si la
compañera prefiere el contacto con éste desde el principio
o la estimulación manual antes, si quiere la penetración
del pene y sólo gusta del cunnilingus como prelimi-
nar del coito.
Todo esto lo permite saber la práctica. Cuando se ín-
tenta una postura o técnica nueva np se puede abando-
narla hasta haberla repetido y realizado adecuadamente,
sabiendo entonces lo que puede dar de sí tal modalidad.
En lo que se refiere al sexo anal, las primeras veces que
la pareja lo practique apenas les será placentero e incluso
puede llegar a producir dolor, pero cuando la mujer
aprende a relajarse y el hombre a comenzar con la nece-
saria suavidad y del modo que a su compañera más le
agrade, entonces se convierte en una modalidad que
puede ser muy agradable en cualquier momento, y sobre
todo cuando, por determinadas circunstancias, es la más
útil y adecuada.
El sexo requiere un a rendizaje. Esto se hará con el
tiempo,n siempre que los dos estén ilusionados y deseosos
de dar satisfacción mutua.
Condiciones para los juegos audaces.
Creemos que la condición para que estas relaciones
agraden a ambos y se repitan cada vez con más ilusión es
únicamente la siguiente: el respeto al otro, de la que se
deriva otra: no ser egoísta. Esto es fundamental. Una
relación sexual en la que uno de los dos está sufriendo,
no merece llamarse relación. No se puede admitir que
uno esté molesto para que el otro goce. Esto era muy
frecuente en el coito realizado con una actitud sexonega-
tiva: la mujer «aguantaba» y soportaba al hombre mien-
tras éste se «desfogaba». Hay momentos en que el sexo
se puede centrar en el hombre, otros en la mujer, pero
siempre deben tenerse en cuenta a ambos. Aquellas per-
sonas que sufren sin decirlo «para que él o ella se en-
cuentren mejor», en realidad están perjudicándose, ya
que inconscientemente se crea una resistencia interior a
repetir ese acto que nos hace sentir molestos o sufrir,
con lo que la relación se volverá cada vez más distante.

jueves, 22 de mayo de 2014

CAPITULO III

Si bien cabe considerar el amor como una entidad
abstracta, y filosofar, acerca de la misma, cuando nos
acercamos al hombre y la mujer que se afanan por que-
rerse no encontrarnos si no dos cuerpos animados, o dos
existencias encarnadas, macho y hembra, uno frente y
junto al otro que se encuentran y se reconocen, se comu-
nican y se entienden sin otro instrumento que el lenguaje
de que disponen, lenguaje que va más allá de las palabras
y compromete hasta el más leve movimiento de losla-
bios. Es difícil el lenguaje del amor, desacostumbrado al
menos; no parecen suficientes las palabras para llegar
con el corazón allí donde deseamos.
En la estrecha convivencia de la vida de una pareja el
cuerpo dé uno y otro soporta el peso de la responsabili-
dad de entenderse. Por ello es fundamental comprender
dos aspectos:
a) Una buena educación meramente física entre los
dos será necesaria para una vida sexual satisfactoria.
b) Y lo que es más importante, el cuerpo es un ele-
mento comunicacional de primera importancia. Conti—
nuamente nos estamos confirmando o poniendo en duda
los afectos respectivos entre las personas (en la pareja la
inseguridad respecto del sentimiento amoroso del otro
puede ser un grave inconveniente). Y además es por lo
general el elemento que hace posible (por su encanto, por
su belleza, porque inspira confianza...) que surja el amor,
o el «enamoramiento» o por lo menos el interés por al-
guien, a lo que habrá de seguir otra experiencia emocio-
nal más profunda. Porque, como dice Ortega: «amar es
algo más grave y significativo que entusiasmarse con las
líneas de una cara y el color de una mejilla; es decidirse
por un cierto tipo de humanidad que simbólicamente va
anunciado en los detalles del rostro, de la voz y del
gusto».
El cuerpo es, por tanto, un baluarte que con más o
menos responsabilidad o importancia hace posible una
forma determinada de relación interpersonal, también en
la pareja, y también, por supuesto, en la erótica-
individual y colectiva.
En este sentido importa del cuerpo lo que de él resulta
expresivo: el rostro, las manos. lá cadencia de sus mo-
vimientos, mirada, voz... pero hay algo más y sobre ello
nos vamos a detener unos momentos: hemos vestido
nuestro cuerpo con una serie de vestimentas; que coad-
yuvan de forma importante a definir nuestra personali-
dad social (es decir, quién somos, cómo somos ante los
demás). Piénsese en el caso del militar, del sacerdote, del
médico en el hospital... su formal de vestir nos dice ya
algo respecto de esas personas. Con el traje ayudamos a
aclarar: sexo, edad, posición social... y otros rasgos de
carácter. Dentro de las vestimentas nos sentimos bas-
tante protegidos aunque no reparemos a menudo en ello.
Y si no pongámonos en el caso contrario: despojados de
nuestras vestimentas casi todo el mundo sentiría ver- .
güenza de estar así en público, como en inferioridad de
condiciones, más vulnerables.

CAPITULO I

Siendo el amor una de las más profundas y radi-
cales experiencias que llegan a conmover a la persona a
lo largo de la existencia, se convierte en la clave para
poder desentrañar los secretos del destino de cada cual.
En él bebe la inspiración de los poetas, la creatividad del
artista y las más apremiantes necesidades humanas. Sen-
timientos, misterio, aspiración, fuerza divina, comunica-
ción, pasión, siempre en el centro de la vida de las per-
sonas, las culturas y las civilizaciones haciendo posible,
según la idea que de él predomine, mil formas distintas
de entender y vivir la existencia.
Tradicionalmente se distinguen cuatro clases de amor,
de distintas dimensiones y significados. La más inme-
diata y vinculada a la estructura biológica del hombre es
el sexo, sobre cuya actividad descansa la procreación, la
continuidad de la especie. Una segunda forma es el
«eros», entendído en sentido general como impulso hacia
toda forma de creatividad, de fertilidad, que nos dirige
hacia aspectos más elevados del ser y de la relación. El
amor fraternal o «philia» hace posible la amistad y la re-
lación de igualdad y reciprocidad entre unos y otros. Fi-
nalmente el «ágape o caritas» que sería la forma más su-
blime de entender el amor, cuyo prototipo es el amor de
Dios por las criaturas, y que en el hombre hace posible la
experiencia mística y religiosa, y dedicar la propia activi-
dad y esfuerzo en favor del bienestar del prójimo. Toda
experiencia humana de auténtico amor es una mezcla, en
proporciones variables, de estas cuatro ya citadas.
En los momentos actuales asistimos a una revaloriza-
ción del amor, formulado de forma imprecisa, ambigua
muchas veces, La represión sexual ha cedido ostensi-
blemente y sin embargo las cosas siguen sin gustarnos.
Parece ya dicho todo lo que podría decirse del amor,
pero el hombre moderno —apresurado e inmaduro- si-
gue sin entender que es más interesante, divertido y,
desde luego, mejor para la salud, hacer el amor, y no la
guerra. Este, que venía siendo el canto a la vida de los
jóvenes contestatarios desde los años sesenta, sigue
siendo en nuestros días una apremiante necesidad.
Pero, ¿de qué clase de amor estamos tan necesitados?,
¿no parece un contrasentido afirma a un mismo tiempo la
erotización y sexualización de la vida moderna y la
falta de amor? ¿no es acaso la sexualidad una forma,
muy natural y humana de vivir el amor? Efectivamente
esto último es cierto pero, así como en la Antigüedad da-
ban por descontado el sexo y la lujuria (aceptándolo
como elemento imprescindible de la vida de sus gentes y
ocupándose de su realización más satisfactoria). Sólo en
la era contemporánea hemos conseguido escoger el sexo
como nuestra principal preocupación y le hemos exigido
soportar el peso de las otras formas de amor, tal como
señalan Dubois y Caballero en su estudio de «La revolu-
ción sexual».

LOS SENTIDOS Y EL SEXO

Según Kinsey, todo el cuerpo tiene capacidad
erógena, que se manifiesta a través del sistema nervioso.
El cerebro recibe los impulsos de los órganos sensoriales
y tanto aquél como éstos son imprescindibles para las
sensaciones sexuales. Si desconectamos el cerebro de los
órganos genitales —como ocurre cuando hay una sección
total de las médula espinal- comprobaremos cómo queda
anulada toda sensación de placer sexual, por muy bien
que funcionen dichos órganos. Y viceversa: el cerebro,
que por sí solo puede crear actividad sexual como ocurre
en los sueños y en las poluciones nocturnas, necesita de
los órganos genitales para poder manifestarla, si bien
puede prescindir de ellos para su sensación placentera.
El cerebro puede, incluso, anular psíquicamente un esti-
mulo físico’ producido en los genitales inhibiendo, por
ejemplo, su fantasía sexual para impedir así una eyacula-
ción precoz.
Los estímulos externos alcanzan los órganos sensoria-
les y en las terminaciones nerviosas de éstos se producen
luego unos impulsos bioeléctricos que recorren los ner-
vios hasta llegar a la médula o directamente al cerebro.
Cuando los estímulos sexuales son táctiles, alcanzan
las terminaciones nerviosas de la piel y producen los im-
pulsos bioeléctricos que recorrerán los nervios raquídeos
para llegar a la médula espinal -concretamente a la zona
lumbar cuando se estimula la piel de los genitales—; a
partir de aquí van por dos caminos: uno que llega direc-
tamente al cerebro para informar del estímulo y elaborar
respuestas psicofísicas complejas y otro que sale inme-
diatamente de la médula para producir, al llegar a la zona
estimulada, una respuesta inconsciente refleja y rápida.
Así, pues, el parapléjico (persona paralítica de la cintura
para abajo, por una sección medular o por otras causas)
generalmente consigue eyaculaciones, aunque no obtiene
placer de éstas.
Los estímulos sexuales no táctiles —vista, oído, olfato
y gusto- llegan directamente al cerebro produciendo
una respuesta en cualquier zona del cuerpo. Cuando se
añaden las percepciones táctiles a las no táctiles se pro-
duce un aumento en la percepción de todas. Así, por
ejemplo, en el sexo se incrementan el placer y la excita-
ción si además de tocar los seno, los estamos contem-
plando. Van der Velde (1926) recomienda mezclar en el
beso los sentidos del tacto, del gusto y del olfato.
No termina aquí el papel del sistema nervioso sino
que, gracias a una parte especializada del mismo —el sis-
tema nervioso autónomo o involuntario- conseguimos
obtener modificaciones adecuadas en nuestros genitales
para facilitar la realización del acto sexual, como puede
ser la lubricación de la vagina y del pene, además de mo-
dificaciones generales, como el aumento del pulso, del
ritmo respiratorio y otras.
La vista
Si no partimos de un primer estímulo sexual, no sería
fácil desencadenar el proceso de pensamientos sexuales
que nos llevarán seguidamente a la práctica. Esto es así
porque la vista predomina sobre los otros sentidos en
nuestro cerebro y permanece casi constantemente conec-
tada a nuestros actos, guiándolos.
Veamos lo que ocurre ante la visión de una imagen
erótica, como por ejemplo el caminar ondulante de una
joven: la luz y el color de esta imagen llegan a las termi-
nales nerviosas de la retina, las cuales se unen para for-
mar el nervio óptico a través del cual alcanzan la corteza
cerebral en su región occipital. Esta envía la información
a otras áreas especializadas del cerebro que realizan di-
versas misiones: evocar antiguas imágenes y situaciones
relacionadas con las actuales, almacenar la escena para,
a su vez, ser recordada ¡en un futuro, dar órdenes a los
músculos para que realicen movimientos como mover la
cabeza para seguir contemplando tan voluptuoso cami-
nar, relacionar esta imagen erótica con otros sentidos
para alertarlos —sentir su perfume, oír su taconeo—, in-
troducir el cuadro dentro de la vida psíquica superior
mediante el análisis moral y filosófico de la situación, do-
taria de contenido emocional —agrado, placer, interés,
pasión-— e instintivo.
Además, se realiza la activación genital mediante la
acción de los nervios periféricos llegados desde el cere-
bro a través de la médula espinal, tal como indicáramos
en el esquema anterior.
Estas imágenes eróticas se van grabando durante toda
nuestra vida y al repetirse ante nuestra vista, desencade-
nan casi inconscientemente y a gran velocidad una íntima
y vertiginosa serie de sensaciones eróticas que provoca-
rán irremediablemente el deseo sexual y, por tanto, el
ansia de su satisfacción.
El «voyeurismo» o «mironismo» no es sino el meca-
nismo habitual de todos los humanos para iniciarse en la
actividad sexual propiamente dicha, aunque hay seres a
quienes les resulta especialmente grata la prolongación
de esta etapa previa, llegando incluso en algunos casos
raros, a ser el único objeto sexual necesario para la satis-
facción: es a éstos a quienes se aplica el término «vo-
yeur» en sentido estricto.

El olfato
En toda la escala animal y durante la época de celo,
tiene gran importancia la atracción que experimenta la
pareja ante la olfación de unas hormonas sexuales —las
ferhormonas— pulverizadas en el ambiente y desprendi-
das fundamentalmente por el hombre. Esto no podría de-
jar de ocurrir en los hombres por el simple hecho de ha-
berse levantado y estar apoyados sobre dos patas, hazaña
que ha envanecido al hombre lo suficiente como para
pretender ignorar este vestigio ancestral.
De todos modos, la importancia que ocupa el olfato en
la vida moderna es extraordinaria; de ahí la enorme proli-
feración de la industria de perfumes, sobre todo femeni-
nos. Se pretende disimular y ocultar aquel olor que re-
cuerda los momentos más "animales" y más «naturales»
del hombre, en circunstancias ‘que aparentemente indican
una superación de nuestros orígenes. Es sabido que los
amantes que quieren ocultar su reciente actividad sexual
airean bien la habitación antes de que nadie pueda entrar,
con el fin de no ser descubiertos por el olor peculiar que
han dejado en ella.
Cuando alguien toma un alimento desagradable suele
experimentar náuseas de tan sólo volver a olerlo poste-
riormente. Lo, mismo ocurre con el sexo. Un olor nos
trae recuerdos eróticos, nos excita o nos impulsa a huir
de la persona que lo lleva.
El oído
De la misma manera que la vista, el oído puede recibir
frases, notas musicales y ruidos que desencadenan el
despertar sexual.
Muchas parejas necesitan esta «ayudita» a fin de ani-
mar el fragor sexual: unas palabras cariñosas al principio
y a veces, en plena excitación, incluso algunas palabras
groseras, jadeos, murrnullos o gritos, pueden tener efec-
tos insospechados en quienes las oigan. La habilidad y
sagacidad de un buen amante estaría en descubrir cuáles
son las adecuadas para su «oyente».